Ensayo
DOLOR PAÍS,
de Silvia Bleichmar. Libros del zorzal. Buenos Aires, 2002.
Distribuye Gussi. 91 págs.
DOLOR
país es un breve ensayo acerca de los aspectos psicológicos, éticos
y metafísicos de la actual situación argentina.
Es obra de una psicoanalista y docente universitaria de amplia
experiencia, que transcurrió parte de su juventud
en los '60 y escribe bien y con convicción. Fue redactado
en marzo de 2002, tres meses después de ese "diciembre" que
se menciona una y otra vez. No se trata, por lo tanto, de
un ensayo largamente pulido, sino de una "obra urgente".
Es un análisis, una denuncia, un desahogo y un intento
de indicar algunos caminos éticos, ideológicos
y anímicos que conduzcan a la rehumanización
de una sociedad devastada.
Queda
claro que la pérdida de ideales solidarios, el relativismo
moral ("en el que la explicación de un hecho
deviene su justificación"), la habituación
a pensar en términos económico-financieros
(ante los cuales la aspiración colectiva a un futuro
mejor es "pura imaginería carente de principio
de realidad"), el dividir a los semejantes en ganadores
y perdedores (que convierte a las víctimas en responsables
de su desamparo) actuaron en paralelo con la corrupción
política y la lógica del negocio para deshumanizar
una sociedad en la que la miseria y la desesperación
coexisten con una casi total desesperanza.
Pero
no es extremar los argumentos de la autora ni darles un alcance
metafísico mayor del que tienen decir que, en Dolor
País, la sociedad argentina está caracterizada
como una sociedad del mal. Sólo que en la Argentina
que acabó de derrumbarse en diciembre de 2001 "la
forma de producir dolor en otro ser humano" ya no se
define por la agresividad, el sadismo o la crueldad, como
sucedió en períodos anteriores, sino por la "banalidad
del mal". La expresión, acuñada por Hannah
Arendt en un estudio sobre Eichmann, se refiere a la clase
de mal perpetrado por personas no intrínsecamente
sádicas o crueles sino incapaces de reconocer la existencia
del otro. En las acciones de los últimos gobernantes
argentinos y de los representantes de los grandes intereses
ecónomicos no ha habido nada de "la crueldad
de los viejos patrones de estancia argentinos que sostenían
el poder a rebencazo y cepo". Sólo hubo ausencia
de empatía y la preocupación por alcanzar ciertas
metas (no siempre delictivas y a menudo racionales) con la
mayor eficiencia posible. Un mal apático, cotidiano,
civilizado, moderno.
Frente
a la honestidad, sagacidad y contundencia con que Bleichmar
analiza la situación, resulta descorazonadora la sensación
de que, a pesar de las buenas intenciones, ella tampoco sabe
cómo "comenzar a recuperar la dignidad de ser
quienes somos". De hecho, el problema parece radicar
justamente en ese elusivo "quienes somos" y Bleichmar
no se da cuenta que mientras fustiga a sus compatriotas por
el deseo de aparentar un poder económico que ni siquiera
fue real en la época del granero del mundo y de ocultar
por vergonzoso cualquier signo de pobreza, presenta como
ejemplo de dignidad, de "ser quien se es", a una
señora "sobria y educada" de su barrio que
gasta lo poco que obtiene en limosnas comprando no pan sino
medialunas de manteca rellenas. Que Bleichmar, con todo su
corazón y toda su inteligencia, no perciba esta y
otras contradicciones no invalida el análisis desarrollado
en el libro. En realidad, muestra cuán diseminados
y profundamente implantados están los oscuros deseos
colectivos que ayudaron a quienes reemplazaron una clase
de mal por otra.
J.
G.
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